Por falta de sacerdotes, durante muchos años fue ella la que instruyó a la gente en la fe, con una catequesis profunda, preparando para la recepción del bautismo, de la primera comunión y de los demás sacramentos, que podrían ser administrados solamente cuando pasara por allí algún sacerdote. Ni los 40 grados bajo cero la frenaron para visitar enfermos, rezar el Santo Rosario con ellos, explicarles acerca del uso del escapulario y llevarles la Santa Eucaristía que había consagrado un sacerdote y le había dejado a ella y a su hermana Magdalena para repartir.
A sus 82 años, cuando finalmente en Buguruslán se establecieron los sacerdotes del IVE, decía: “Mi vocación ya no es el bautizar sino el evangelizar”.
Así, durante muchos años siguió visitando las familias de los católicos, especialmente de origen alemán. Con ellos se reunía para rezar el Santo Rosario, acompañaba a los enfermos, los moribundos, recordaba a los fieles las fiestas de Navidad, Pascua y otras fiestas litúrgicas. Ella pasó su vida enseñando a muchos los valores de la fe, los mandamientos, las devociones; acompañando a los sacerdotes y a las hermanas a visitar enfermos. Y cuando ya su salud no se lo permitió, rezaba desde su casa para que ellos pudiesen alcanzar la salvación eterna.